sábado, 11 de junio de 2016

Bohemia

Hay una ciudad de Francia, cerca de París, en la que coronaban a los reyes, su catedral es famosa y reconocida y sobre su suelo se firmó la paz de la Segunda Guerra Mundial.

En realidad no se firmó ninguna paz, tan sólo se rindieron, al ver que ya no tenían nada que hacer, los alemanes, firmaron su capitulación, deponiendo las armas en el mismo lugar donde se entronaban los Reyes de la Galia.

Muy cerca de allí, en Charleville, vivía un joven poeta que se quiso alzar contra el Cielo, desde la soledad de su negra habitación, pretendió rasgar el azul que el algodón de las nubes pintan ligeramente de blanco.

Decía, mi poeta amado y maldito, Arthur Rimbaud, ese joven adorable, que soñaba ir por los campos acariciando el trigo...

Pensando en la Osa Mayor.

La Ciudad de París es tan grande, tan grande, que hace creer que hasta los ángeles existen.

Los sientes, a los ángeles, al ver sus grandes ojos azules y sus alas desplegándose más allá del horizonte.

Después, o antes de la batalla de Verdún, en la Gran Guerra, el ejército alemán anegó Reims, las bombas cayeron, destrozándolo todo, causando dolor, destruyendo el alma de Francia.

Lo que esos alemanes no sabían es que el corazón de un hombre tan sólo lo puede romper una mujer.

Soplan vientos de cambio en Europa, la vieja bohemia se ha vuelto a despertar, porque se acerca de nuevo el invierno.

Volveremos a cruzar el océano para otra vez bañarnos desnudos en las aguas cristalinas del Mar del Sur.












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