jueves, 22 de septiembre de 2016

ROMA

Habíamos cruzado el río,
el que marca la distancia
entre lo divino y lo humano.

La luz del día,
el azul del cielo,
ya no refulgían como antaño,
pues la noche
hacía de ver el pestañeo
de tus ojos,
a la luz del fuego de las farolas
que mostraban el corazón
que guarda el secreto
de las luciérnagas,
escondiendo todo el sabor
de tus labios.

Así cruzábamos,
entre la bondad y
la inquietud
el río Tíber.

Uno de La Mancha,
de donde los gigantes
se alzan contra los molinos
de viento.

El otro de Jutlandia,
donde los hombres del Norte,
se enfrentan
a las serpientes que
encrespan,
por encima de sus hombros,
las olas que agitan
nuestros días.

Y en Roma,
pisando las baldosas,
que otras veces
hollase
Agripina,
Mesalina,
y todas las vestales,

En tu templo,
en el nuevo Circo,
repetía mi alma
tus viejas letanías,
esperando ver a Totti,
comiendo pipas,
mientras los vientos,
que van y vienen,
susurran,
las lágrimas,
que,
como el río,
se nos escapan.

Entre los dedos.

Entre los dedos,
llevo tu bufanda,
y esas palabras
tan bonitas,
y toda tu dulzura,
y todo tu cariño.



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